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Colmado de homenajes por sus cincuenta años de escritor, a Avilés lo rebasa su propia obra: iconoclasta, divertido, irrespetuoso, siempre joven en estilo, provocador, podrían ser las características de su obra de ficción asentada en la realidad política.
Comunista con sentido del humor --un contrasentido que recuerda al Milán Kundera de La broma-- hasta que lo echaron del partido… por irreverente, Avilés ha acumulado suficientes méritos no sólo para revalidar el reconocimiento a su obra sino para obligar al Estado a tomarlo en consideración para los próximos Premios Nacionales de Ciencias y Artes.
Además de una obra que ha acumulado toda clase de premios --hasta el de la Casa de las Américas, de Cuba--, Avilés tiene una línea de literatura que borda la política coyuntural. Por ejemplo, su primera novela Los juegos (1967) ofrece un retrato paródico del ambiente intelectual de los años sesenta con Carlos Fuentes como el eje protagonista de la obra; Avilés ha contado cómo Joaquín Díez Canedo le pidió quemar esas páginas porque peligraba su vida.
El autor no sólo la terminó sino que la publicó con el entonces incipiente sistema de venta de ejemplares por adelantado, aún antes de la impresión, para financiar la publicación. Y en el caso de esa obra, Avilés se aventó la puntada de venderle varios ejemplares al entonces director de El Día, Enrique Ramírez y Ramírez, sin avisarle que estaba incluido también paródicamente en la obra por su papel, el del editor, en la izquierda ortodoxa del Partido Comunista en el que militaba también el autor. Con trazos precisos, irónicos, demoledores, Avilés abrió fuego contra el ambiente intelectual de los sesenta conocido como el de La Mafia, luego recogido en estilos por los grupos intelectuales de La cultura en México, nexos y Vuelta.
Asimismo, en la mezcla explosiva de literatura y política, Avilés publicó en 1971 la novela El gran solitario de Palacio con la que abrió la etapa moderna de la novela de dictadores que luego continuaron Augusto Roa Bastos, Alejo Carpentier y hasta Gabriel García Márquez. El sólo título de la novela de Avilés podría leerse como un cuento corto y es muy utilizado para referirse a la soledad de los gobernantes. Su novela fue una parodia referida al movimiento estudiantil del 68.
Militante comunista heterodoxo, incómodo para sus camaradas por su festivo sentido del humor y expulsado cuando menos dos veces del PCM, Avilés publicó en 1991 su ajuste de cuentas con su participación en una célula de intelectuales --un contrasentido trotskista--: Memorias de un comunista. Manuscrito encontrado en un basurero de Perisur en cuyas páginas se revela, descarnada, la historia interna de la izquierda partidista en México y de cuya lectura saldrían algunas lecciones para tratar de entender --aunque difícil de creerlo-- hoy la descomposición de la izquierda mexicana.
Si bien aparece como una de sus tantas autobiografías, las Memorias se leen un poco como la Autobiografía de Federico Sánchez de Jorge Semprún y sus conflictos con el Partido Comunista de España a mediados de los sesenta: personajes que cobran vida, estilos literarios que superan a rato las estructuras narrativas tradicionales, escenas que pudieran parecer increíbles sobre la vida interna real de los comunistas mexicanos.
Ahora que la izquierda que salió del PCM anda en busca de su identidad socialista perdida y como neopriístas, la relectura de Avilés satisface las curiosidades para entender qué ocurrió con el paraíso prometido. Por cierto, Avilés retoma las lecciones de José Revueltas, el escritor comunista también expulsado del PCM y obligado por el partido a retirar de circulación su novela Los días terrenales porque presentaba personajes comunistas deprimidos, existencialistas, pesimistas, cuando el ideal estaliniano era el del hombre nuevo guevarista. Avilés, junto con el escritor José Agustín, fueron de los jóvenes más cercanos a Revueltas.
La política de la izquierda también pasa por la literatura. Y ahí aparece, como pocos, Avilés con su prosa ardiente, inquietante, sin concesiones. Y a veces hasta ha abusado de la ingenuidad de la izquierda: en la revista El Machete, en la época dirigida por Roger Bartra, Avilés publicó un cuento titulado “Borges el comunista”, en la que narra una supuesta declaración del argentino anunciando su adhesión militante al partido Comunista de su país. Cuando se publicó, la izquierda latinoamericana entró en colapso por la nota porque todos tenían a Borges como el Leviatán de la ultraderecha. La izquierda tardó mucho en tiempo en entender que se trataba de una broma literaria de Avilés.
Avilés formó parte, por amistad, de un grupo formado por José Agustín y Gerardo de la Torre, el primero como el gran destructor de la idealización de la clase media juvenil y renovador del lenguaje con el caló caótico de los jóvenes rupturistas previos al 68 y el segundo un mal valorado autor del ambiente de la clase obrera mexicana. Los tres, cada uno por su cuenta, refrescaron no sólo el lenguaje sino las estructuras de la narrativa posterior al mito de Carlos Fuentes.
La calidad de la obra de Avilés quedó atrapada en las políticas culturales de capillas y mafias, pero queda como testimonio de la observación política y social de un profesor de ciencias políticas que escribe literatura. Asentado en la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco como profesor investigador distinguido, Avilés ha acumulado premios y reconocimientos a su obra que no se detiene y que lo tiene escribiendo a todo vapor a los setenta años, con el mismo ánimo juvenil de siempre.
La obra y gracia de Avilés lo están perfilando hacia el Premio Nacional de Ciencias y Artes que otorga el Estado y que va siendo hora que también esos premios oficiales se salgan de la guerra cultural de capillas y reconozcan a los autores por sus obras y no por sus complicidades y amistades.